viernes, 22 de octubre de 2010

La necedad de aferrarse al pasado


Ha costado comprender que cuesta menos invertir en la construcción de una nueva sociedad, que en reparar lo que nos produce malestar. En tiempos pretéritos, no se había conformado una conciencia clara en el colectivo, de la terrible tragedia que ha producido el trabajo esclavo en las inmensas mayorías. A nuestra manera de ver se ha intentado en todos los experimentos socialistas resolver de buena fe el problema de los pobres; en ese camino se han hecho grandes aportes, como los gestos solidarios: salud, educación, construcción masiva de viviendas, internacionalismo; que hablan con claridad de la capacidad humana para vivir en otra sociedad donde el fin no justifique los medios, en donde se pueda resolver a perpetuidad el problema de las carencias infinitas, que hemos acumulado en la alienación, pero que es explotada para el beneficio de la compra venta.
Es doloroso saber que después de aportar a la humanidad veinte millones de combatientes contra el nazi fascismo, setenta años después se derrumba la Unión Soviética en medio de la más atroz corrupción; aflorando el capitalismo, cuando sabemos que más allá de la propaganda en contra, de los bloqueos, de la guerra, se hizo un esfuerzo por dar de comer, vestir, educar y prestar servicios de salud, a millones de seres humanos que surgieron de la esclavitud zarista. El pueblo chino dio una batalla heroica contra el hambre. Su gobierno hoy, en nombre del comunismo, termina aplicándoles la maquila alimentando la voracidad del capital. Pareciera que todo está destinado al fracaso; pero el gesto de Fidel Castro al reconocer cuarenta y siete años después que se han cometido equivocaciones, nos produce un gran alivio, porque no es Ramón Mendoza quien lo está diciendo, es un hombre del que se podrán decir todas las estupideces de este mundo, pero jamás se podrá negar la profunda honestidad para sostener su idea, su compromiso de luchar por una certeza: es posible construir otro mundo social e histórico, en donde la gente no sea presa de la gente, en donde la otra naturaleza no sea nuestra esclava. Es evidente que no se puede alimentar, vestir y dar techo a los pobres, sin dar al traste con el capitalismo. Hay una razón que aparentemente no se ha entendido y es que los pobres no nacen, se hacen; en nuestro tiempo es el capitalismo la causa; mal se puede pensar entonces, en que administrando bien a este sistema se pueda resolver el problema.
La dinámica, obliga a los bien intencionados políticos que buscan transformar el mundo a escuchar los expertos; pero ocurre que estos, son en lo que existe, no en lo por construir; al final de esa práctica terminaremos en lo mismo, reproduciendo al capitalismo. Hay un ejemplo claro, un tecnócrata de la ingeniería, nos dice con su cara bien lavada que el adobe no se debe usar, porque no es antisísmico; el olvida o desconoce desde su comodidad que hay ciudades de adobe con más de cuatrocientos años; pero cuando él estudió, le enseñaron un mito y se lo aprendió y ahora lo repite como loro; él desconoce que mientras el Estado construyó en cuarenta años doscientas mil casas, los pobres construyeron dos millones, y además construyeron las de sus explotadores; pero el señor tecnócrata dice que esos pobres deben ser educados, para que hagan casas en el método capitalista, no se da cuenta que en el capitalismo el problema de la vivienda no tiene solución. Si el socialismo de carne y hueso no es ideológico, entonces debería convocarnos a las grandes mayorías para discutir cómo hacer casas en otro sistema. La revolución sólo es posible cuando los desposeídos asumimos conciencia del problema y pasamos a solucionarlo.
Los revolucionarios que están en el Estado deben comprender que no se trata de educar para seguir teniendo privilegiados. La mayoría de los fugados de Cuba en los últimos tiempos son profesionales, que nunca valoraron el esfuerzo y sacrificio de los campesinos y obreros para que ellos estudiaran y tuvieran una profesión; hoy son grandes consumidores compulsivos, que no desean saber de la revolución, sino de saciar su hambre ancestral como cualquier habitante de un país burgués. Hay que experimentar antes de seguir repartiendo títulos de graduados desde el preescolar hasta el profesional; como representación de nobleza, primero debemos invertir en la colectivización del conocimiento; hoy las grandes mayorías dudan del ingeniero, del enfermero, del médico, del maestro, del albañil, etc. Todos tememos, las evidencias son extremadas, no escondamos lo evidente; allí puede estar el secreto que nos conduzca a las puertas de la nueva sociedad.
Un Funcionario de la tierra dice de buena fe, que ahora sí se le dará tierra con crédito y se le construirán las casas a los campesinos; si es así, entonces la revolución dentro de veinte años estará reconociendo en boca de Chávez su equivocación, porque el problema no está en dar, está en planificar con todos la nueva forma de producir; por ejemplo, cuando uno va al campo consigue que se ha repartido la tierra entre los campesinos pero resulta que están sembrando para la agroindustria. Si usted me hace una casa, no me está solucionando un problema, me está creando como país un grave problema, porque somos colectivamente consumidores compulsivos; no importa que no tengamos con qué, alguien dijo que me enseñen, no que me den, y no niego lo de la mano tendida. Debemos detenernos a planificar, debemos conseguir en está revolución la nueva manera de trabajar, de crear una red social, pero no virtual sino práctica; una que nos mancomune; digámoslo de una vez por todas, no es educando en los conceptos de la actual escuela, no es curando como el actual aparato de salud -incluido barrio adentro- no es sembrando como estamos, no es produciendo por la vía de las cooperativas (La SHELL, MONDRAGON, pertenecen a una cooperativa), no es haciendo deporte de alto rendimiento, no es el arte del ministril pagado, como construiremos la nueva sociedad; el socialismo de carne y hueso debe estar en manos de todos. Detengámonos, nadie nos espera, es verdad están las tareas propias de la lucha de clases, pero ello no debe ser excusa que nos lleve al error cometido por los anteriores experimentos, que siempre dejaron para después el sueño, quedando al final lo reparado como expresión del comunismo.
Si alguna vez hizo falta información y comunicación es ahora. Todos los días nos estamos encontrando para exigir beneficios gremiales, para crear leyes que favorescan al gremio, pero no para diseñar país, no para soñar; sino para ver qué me dan, a quién robo, cómo logro el cargo; los encuentros se fragmentan entre entendidos, de expertos en expertos, diluyéndose en mamotréticos informes, quedándose en nosotros el saborcito amargo de no haber logrado nada y sí de haber gastado tiempo. Sin embargo hoy más que nunca hace falta planificar muchos encuentros, pero del país, el de carne y hueso, el que no tiene a donde ir, ese que requiere de vivienda, de salud, de trabajo que no de empleo, de diversión, de conocimiento, de calzado, de vestido, de comida; encuentros no compulsivos, deben ser serenos, dar frutos; pacientes como los indígenas, los campesinos; deben ser encuentros que duren muchos días, para producir lo deseado. Nada que tenga mucho tiempo sin solución y que se discuta en dos días lo tendrá. Esperar haciendo, conversando, es una clave; experimentar encontrándonos en permanencia, es otra clave; abandonar el gremio, la institución, para sentarse sin apuro en el círculo puede ser otra clave. De todas maneras este es un decir, si nos equivocamos todos, no nos equivocamos; si se equivocan pocos en nombre y sin consulta de muchos entonces lo sufrimos todos.

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